miércoles, 1 de julio de 2009

Julia: JL y Ernesto, Tu lunar Izquierdo (I)

Para poder reflejar algo de éste sitió que me cobijó desde niña diría que sería algo así como El Aleph planteado por Borges. Era extraño. Eran tantos lugares y al mismo tiempo uno sólo.
Todo comenzó un ocho de julio. Yo llegaba de la universidad con el uniforme aún puesto. Baje del tren y me dirigí a ese habitáculo que supuestamente era mío. En mis odios sonaba Carlos Gardel. Y el crepúsculo daba un aire de misterio al ambiente. En donde habitaba el frío.
Llegue y sentí la soledad. Si la volvía sentir como cuando era pequeña y corría en el parque para que nadie-en mi mundo imaginario- me atrape. Me deslizaba fugazmente sobre el pasto humedecido intentando arribar a quién sabe que lugar. Cuando era niña soñaba que me perseguían y que siempre alguien me estaba esperando. Ahora que ya pasaron exactamente treinta años, tengo la misma impresión. Presiento que me esperan, me buscan. Y que están al acecho de capturarme.
¿Quién me quisiera atrapar? No suelo considerarme demasiado importante para que alguien sea merecedor de mi visita. Más bien me veo casi en forma lóbrega. Abominable.
Al rato deje de pensar en eso. Y me dirigí al piano, aquel de denso negro oscuro, con finas teclas blancas. Me fui hacía allí, para poder sentir la música, volar y volar. Esto también me acompañaba desde chica. El piano me alejaba de todo y de todos. Como ahora. Igual pero distinto. Mientras intentaba penosamente tocar alguna melodía, mis pensamientos fluyeron hacía Jorge Luis. En este momento Jorge Luis era sinónimo de sangre. Al rato mi mente dijo un horario; las cinco de la tarde en punto. La hora exacta para un te. Y cuatro horas más tarde yo sentada aquí. ¿Por qué pensaba en eso? No lo sé, o si lo sabía. Ya lo dije, el piano me hacía olvidar de todo como cuando era pequeña. Como ahora pero distinto.
Incansablemente seguí con el piano, con fuerza y dolor no dejaba respirar ni una tecla del mismo. Las hacía doler. Su tortura era mi felicidad.
Al rato mi mente segó que siguiera tocando. Cesé por algunos instante y me tome el té, si el mismo que tendría que haber pertenecido a las cinco de la tarde. Era igual a ese té pero distinto.
Jorge Luis seguro lo tomaría con un poco de azúcar. Yo amargo.
El día que conocí J.L estaba en la esquina de Santa Fe y Callao. Allí lo miré por primera vez. Con sus ojos marrones, su barba al ras y sus anteojos negros. Me acuerdo que llevaba en su mano izquierda un cigarrillo que nunca fumaría. Yo caminaba la calle, cuando tontamente me tropecé en sus finos, y lánguidos brazos. Ese fue nuestro primer té de las cinco de la tarde en punto. Nos reímos y lloramos de nuestras vidas pasadas para luego intercambiar teléfonos.

Ya al tiempo convivía con él aquí. Si en este lugar que se asemeja- o no- al Aleph descrito por el genial J.L.B.
De esa especie de encuentro imprevisto que derivo en la convivencia ya pasaron ocho años. Parecía una historia inverosímil, pero era tan real.
Nunca pensamos en formalizar. No tenía idea algún si la frase: hasta que la muerte nos separe era la correcta. Ahora diría que si. Quién sabe.
Luego de un período de estar con él (para ser precisos luego de tres años de estar juntos aquí) conocí a Ernesto. Él era muy amigo de J.L. Y hacía tiempo que vivía en Inglaterra.
Ernesto era un hombre no demasiado alto con ojos de color gris, de poco pelo, y mucha barba que a veces tapaba su hermoso lunar de su sector izquierdo. Ernesto era un gran licenciado en letras. El tenía éxito por allí. Pero creo que no se si superaba a J.L. Ambos eran “falsamente amigos”, se la halagaban cuando se veían, se telefoneaban una vez cada quince días, pero cuando no se encontraban se mataban. Ellos se conocían hacía más de quince años. Habían realizado juntos la carrera de letras. Aunque la suerte era distinta, J.L. era reconocido en casi todo el mundo. Ernesto no tanto.
Fue una noche de verano cuando el hombre del lunar del sector izquierdo me convido una copa de tinto. Me sonroje por los piropos entregados por Ernesto. Siempre dije que su alma era la de un seductor. El tenía un buen sentido del humor, distinto a al del JL., que lo fue perdiendo con el paso del tiempo. Igual así como era lo amaba y lo idealizaba también en gran medida.
Paso un mes de aquella copa. Ernesto seguía de visita por estos pagos. Y solíamos salir los tres por las callecitas de Buenos Aires. A mi me gustaba caminar por corrientes, verla iluminada y con gente-aunque suene paradójico-me generaba paz.
Y también paso un mes de aquel papel casi arrojado por mí en la basura que encuentro en mi tapado gris topo: “No digas no, mi corazón no resiste esa respuesta. Te espero a las cinco de la tarde en Rodríguez Peña al 600. Tu amado lunar izquierdo".
Dude demasiado en asistir. Yo no quería traicionar a JL, pero hay cosas y momentos que no se pueden resistir. Y así fue que me dirigí: a lo incierto, inseguro, con la suma de todos mis miedos.
Pero con la ganas probar lo prohibido, de rozar los límites.
Mintiéndole a JL tuve mi primer encuentro con Ernesto.
Ese era el primero de la larga historia casi sin fin, casi.
Continuará…………..

1 comentario:

Joseph dijo...

Que lindo relato :)

Y transcurre en calles cerca de mi casa...

¡¡¡Te mando un besote!!!