Andate y no vuelvas, no te necesito, no te quiero. Esta vez sentí que fue larga tu estadía o al contrario me pareció un suspiro. No se si fuiste bueno, pero menos si resultaste brillante.
Te odie a la misma forma en que te ame. Me sentí vacía, me dejaste sin llena de nada. Aunque si lo pienso mejor, antes lo habías hecho más cruelmente.
Salí y no regreses: no quiero verte (¿lo comprendes?), quiero estar sola o en compañía de ese sucio amigo tuyo. Ojalá no suceda que termine teniendo similitud con vos.
Mi mente solo medita que seguro voy a llorar cuando te despida. Si, la nada llora (aunque no lo creas). Llora por lo que no fue y no será, por estar siempre igual, sin cambios, sin rumbos, sumergida en una ruta en donde hay dos caminos y no sabe cual elegir.
Tal vez el sucio (tu amigo) me ayuda a que no llore tanto, a que no piense tanto en ciertas cosas
( si a eso que viene con vos siempre los llamo así) y a que viva mal o bien, pero viva.
Vos ni si quiera intentaste eso: ¡no lo lograste idiota! ¿Te duele esa palabra? Ni me interesa. Vos me la repetiste todo el tiempo, todas las horas, los minutos y segundos hasta llegar a obtener momentos insuperables de fastidio.
Chau. Por nada del mundo vuelvas. Y si retomas nuevamente el camino del regreso, no me busques por que seguro que no estoy. Saludos no cordiales desde algún lugar.