sábado, 30 de mayo de 2009

Derecha, izquierda, derecha, izquierda: Capítulo II. Fin



Lo exportable,ya estaba casi empaquetado. Era nuestra última noche en los Aires Buenos diría, Don Héctor, mi abuelo. Tenía miedo. Todos temíamos por el viaje. La incertidumbre, lo incierto, el desconcierto. Esa fue la noche más cruel de mi vida, en casa había fiesta: un simulacro de despedida para “mis hijos” que se van a “perfeccionar” sus estudios a Londres. Era una noche cálida de primavera, estábamos todos en el jardín grande de casa. Corría la medianoche cuando papá levantó levemente su voz y una copa para pedir un “orgulloso aplauso” para mis “amados y queridos” hijos. Todo era tan irreal, y la tía Claudina que se emocionaba con las palabras de su hermano, sin saber nada, pobre.
Recuerdo que Tobías toco el piano y mientras tocaba lloraba de emoción, diría la abuela Ana, pero no; era de tristeza: Luna se quedaba aquí.
El domingo partimos temprano para Ezeiza todos juntos; “la gran familia” pasamos por el club, los chicos pensaron el nunca más de los martes, jueves, y sábados, de la lluvia, el barro, y de los colores blanco y negro, que jamás volverán a vestir, yo también pensaba en eso. Pensé en mis tardes de punteras y lógico también en hacha.
El avión salió, todos nos fuimos menos Inés. Ella se quedó, pudo no quedar “atrapada”.
Se evaporaron las horas y llegamos a Londres.Siempre soñé con esta ciudad, pero no de esta forma.
Ya hace más de seis meses que estamos acá, y poco se de mis padres. De hacha no tengo noticia alguna.
Las cartas que supuestamente me mandó nunca me llegaron.
El tiempo pasó y era nuestra primera navidad solos, alejados de la realidad. Recuerdo esos días todos esperábamos alguna correspondecia, yo de hacha y Tobías de Luna. La cena era trágica, triste, desolada, aunque tenía una mezcla de alquimia de felicidad, no se por que.
Mariano, comunicó que pensaba irse a Barcelona, por la oferta de trabajo y para seguir a Mía, la catalana que conoció aquí. Me puso contenta saber que intentaba ser feliz en este mundo; ¿por que yo no podía?
El tiempo que tenía me dedique a estudiar, y así logre terminar mi carrera de Socióloga, al mismo tiempo mataba mis horas con la danza, daba clases, mal pagas, en un instituto. Tobías se recibió con honores de médico. Siempre pensamos en lo lindo que hubiese sido la presencia de nuestros padres aquí, en estos momentos.
Mis noches no eran alegres, mis hermanos, podían matarlas con alcohol, yo no tomaba, sólo me consumía algún que otro cigarrillo en los momentos más desesperante.
De Argentina me enteraba lo que pasaba por Inés, ella intentó militar pero dejó para que papá no se enfurezca. Nosotros seguíamos igual. Nuestras ideas seguían intactas, como la primera vez, y yo seguía escribiendo cada vez más con la mano izquierda.
Mariano se fue, y Tobías también se mudo hacia Paris, había conocido una bella parisina que, a juzgar por la primera impresión, físicamente era realmente un gran espejo de Luna, pero se enojaba cuando le decía eso.
Así que quede sola con Facundo.
Era un martes cuando me levante temprano para ir a la editorial (gracias al título, opinaba sobre sociología en un periódico de aquí), y mientras me armaba el bolso (ya que ese día también daba clases a la tarde/noche de danzas) Facundo me preparaba un café antes de partir él para su trabajo.
Justo cuando me estaba por ir me llega una carta, venía desde Italia.Era de hacha, mi emoción fue insuperable, hacía cuatro años que no sabía nada de él. Temía abrirla, lloraba, gritaba, temía saber que seguro se había casado, y que tendría una fantástica familia. Dude. La deje sobre la mesa al lado del café recién tomado y me fui. Ya en el ascensor pensé que no podría aguantarme la espera, y que por más cruel que sea me tenía en que enterar. Así fue que volví. Entre saltos y corridas llegue de nuevo a casa. Me senté y con lentitud abrí el sobre, mientras corrían lágrimas en mis ojos.
La carta comenzaba con un te amo, un punto, y diciéndome “se que odias lo cursi”. En ese momento lloraba más aún, leí todo, me enteré de sus vida, de su tiempo, del por que no me mandaba cartas (en realidad no lo dejaban), de sus años en la Argentina torturados con la dictadura, y su padre. Y de su año en Italia. Me enteré de Rosa, y me enteré que no era lo mismo, que sus labios no eran como los míos, y su piel menos.
Me enteré que deseaba verme, encontrarme, y ponerles nombre a todos sus hijos, a los nuestros. Llore sin parar, y con dolor de alegría le dije que yo también quería verlo. Lo extrañaba, lo deseaba, lo anhelaba.
Al tiempo nos vimos, le agradecimos a Tobías por nuestro encuentro (gracias a él hoy yo estoy con el amor enfrente de mis ojos).
A los meses, el se vino a vivir aquí. Facundo se fue. De Argentina sabíamos poco: papá y mamá nos escribían cada tanto, siempre pienso en las palabras de ellos “la corrección que querían hacer de nosotros” le salió mal, nunca más los vimos.Y nuestros ideales, y sueños seguían siendo los mismo. Aunque ahora todos preferíamos Europa.
Inés, me avisó por carta que tendría gemelos (si, otros más en la familia), que mamá estaba igual que siempre y que papá también,aunque lo notaba algo cansado.
Al año siguiente, creo que era viernes si mal no recuerdo, llega otra correspondencia de Buenos Aires, pensaba que sería la noticia del nacimiento de Camilo y Lucila, pero el escrito decía que había fallecido papá, así de forma abrupta, ràpidamente. Curioso, al enterarme de la noticia no llore, grite. Me comunique con mis hermanos. Y en horas todos estábamos volando hacía al mismo lugar en donde nuestra familia nos había echado. Llegamos a casa, mamá se emocionó al vernos, lloraba muchísimo. Nosotros parecíamos algo amorfo sin corazón, nadie derramó una mísera lágrima. Lo velamos aquí en San Isidro, y estaban todos los conocidos, simulamos dolor, como siempre, éramos los cinco rodeando el cuerpo de ese ser que nos había engendrado. Aguantamos unas horas. No demasiado tiempo. Era paradójico la familia se había unido en esa situación.
Volvimos al caserón y mamá nos pregunto si queríamos algún te. Nadie respondía. Todo era silencio. Hasta que alguien hablo. Y fue Tobías quién dijo:
No, gracias se te va ensuciar la taza de porcelana que tanto adoras.
Se levanto y tras él todos. Y así fue que nos retiramos los “los nenes bien educados
”. Y ahí quedo desolada, inmensa en su mundo nuestra querida madre. Nadie volvió tras ella.

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