sábado, 4 de abril de 2009

Hoja en blanco, Cronopios

La hoja esta en blanco. Estoy, como suelo estar siempre, en el café de la esquina. Miro tras la ventana. Aunque en realidad no observo absolutamente nada, mi mente también está del papel que no posee aún ningún manchón de tinta.
Ando dando vueltas con libros, apuntes, anotaciones. Me acompañan como si fueran ya parte de mi cartera. Están ahí no saben escaparse. Pienso en los pobres Cronopios: entran en la cartera, salen: respiran, y vuelven a ingresar. Amanda, amiga entrañable, suele decirme vos y tus cronopios….
En realidad, es yo y Cortázar.
En fin, otra vez perdí la cuenta de lo que intentaba contar, si otra vez. Es que este hombre me hace perder las cuentas muy a menudo. Cierto lo recordé: tenía la hoja en blanco. Sigue así.
Espero el café. Ahí llegó. Se lo ve lindo: negrito acompañado de una gota de leche.
¡Cuanta gente corre por las calles! Hace frío y para bienes llueve.
Y otra vez…me quede en el tiempo, y otra vez no recuerdo.
A si claro, la hoja en blanco persiste sin un gramo de tinta. ¿Por que hoy me cuesta tanto volcar algo si a veces me es tan simple?
Podría citar alguna historia de Amanda, siempre son recurrente sus delirios con algo de invento llegaría a buen puerto, y así por lo menos el diario quedaría conforme.
Desde que escribo en el periódico- cosa de hace veinte y cinco años- jamás me ha sucedido tener este vació que tengo en este instante. Es más el último escrito realizado por Adéle, o sea yo, recibió muy buenas críticas. Podría explicar- otra vez- el origen de mi nombre. Y el mismo cuento: Mi padre era Francés, mi madre Argentina y así.... No, ya de sólo pensarlo me aburro.
¡Vamos algo de esta, pequeña e inescrupulosa, mente tiene que salir! A ya se: vuelvo al género de terror, recordando a mí amado “El corazón delator”. Que bello escrito. Y otra vez: nada. La hoja sigue exactamente igual que antes, o lo que es peor aún, ya pasó una hora y voy por mi segundo negrito con una gota de leche.
Bueno, miremos a ver que tenemos alrededor: un hombre seductor con traje azul oscuro, ojos de color gris, pelo castaño claro engominado. Parece lindo. Aunque no es mi estilo (en mi estilo los hombres no son tan impecables) Alberto no es perfecto, pero combina bastante bien a mi gusto. Mejor dejemos ese tema acá. Sigamos… ¿que más hay para ver? La vieja que se sienta en el fondo: una ricachona solterona que viene siempre a buscar a quién sabe que. Parece que espera unas horas a alguien y se retira con sus joyas, sacos de piel, y esa boca de rojo furioso.
Como vemos, nada fluye y tengo que entregar algo a este estúpido diario. Hace más de un año que quisiera dejar de escribir allí. Pero según el director la gente lo pide y no quiere mi ausencia. ¿En que les cambiaría si yo no estoy allí?, o mejor dicho si mis historia no están presentes. En absolutamente nada.
No suelo ponerme en el lugar de ellos. Tal vez les pasaría lo que a mi me pasa con los cronopios (aunque nunca este y estaré a esa altura) pueden volar la imaginación y leer algo distinto. Más después de ver las porquerías de noticias que nos trae este mísero país.
Y encima ahora que hay elecciones para elegir al menos peor. Hasta altura ya los diarios suelen ser abominables, como los noticiosos, como los políticos (es la palabra más espantosa que existe) como el mundo, como todo.
Un nene se me acerca, me regala (en realidad hay que sacar monedas) una rosa. Le pregunto si comió. Me dice que no. Le pido a José- el mozo- un café con leche y tres medialunas.
Le digo si le gusta dibujar, me dice que si. Entonces le doy mi hoja en blanco. Y me hace un hermoso dibujo. Le agradezco. Me agradece su merienda. Se va.
Lógicamente no es la perfección el dibujo, todo lo contrario. Pero sirve. Hoy en la anteúltima hoja del diario va un dibujo. A la gente le va gustar. Mirarlo también los hará volar como con mis escritos. Y por suerte la hoja ya no esta en blanco .Aunque ahora no tenga tinta si no lápices de colores.

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