miércoles, 11 de marzo de 2009

Confusa

Una vez estaba con Daniel en el bar de la esquina cuando se acerca- sin ser llamada por nadie- una vieja, tenía el cabello claro, las manos finas llenas de pequeñas diminutas arrugas que también acompañaban su rostro. Y sus ojos eran como él océano.
Me acuerdo que se sentó sin que nada le digiera, me sorprendió.
Comenzó hablar con su voz suave, en forma lenta: que entremezclaba cansancio. Como si esa misma tarde terminaría sus horas, minutos, segundos para siempre.
Le acerque un poco de agua preguntándole si se hallaba bien. Ella me contestó que si y me dio una palma en forma de gracias en mi pesada espalda.
Al rato de los silencios y las horas consumadas se animó decirme el por que de su presencia allí. O a por lo menos intentar hablar tal vez un poco más.
¿Hoy es siete de febrero, verdad?, si tímidamente respondimos con Daniel.
Es así entonces, falta un mes, un mes, sólo un mes. Tan sólo cuarenta días para que aturden los ruidos. Y volvía a repetir (ya en forma de gritos) ¡Nada! Cuarenta días. Corre por que esta cerca y no la podes esquivar. Te busca.
¿Me busca?, ¿Quién?, ¿donde esta el que me busca?, ¿Qué significa un mes?, no la entiendo. Se podría retirar de mi mesa.
Seguía sin entender a que hacía referencia. No quería escucharla, pero continuaba. Su griterío no dejaba de aturdir mis oídos. Por suerte se fue, se alejo. Pero nada fue igual: mi mente sólo tenía un número: cuarenta.
Daniel intento tranquilizarme. Pero fue sin sentido.
Sentía el sudor en mi cuerpo y todo lo que experimentaba lo realizaba como si fuese la última vez.
Me encontraba con un propio caos interno, dentro de un laberinto inmenso sin salida.
Intentaba olvidarlo, que más da, eran sólo las palabras sueltas de aquella lúgubre vieja.
Alicia – mi psicóloga y, creo del tiempo, amiga- manifestaba que yo me encontraba mejor que otras veces y que mis sesiones eran las mejores de los años que llevaba de terapia. Raro: yo no me hallaba bien, vivía contando las horas, los minutos y segundos. Y todo por el tropiezo de ese café, de ese bar, y esa mujer con recovecos de arrugas. Y quién sabe también por culpa-sin querer- de mi gran amigo Daniel.
Recuerdo ese día a la perfección: el cansancio se había apoderado de mí y sólo pretendía una buena ducha de agua caliente. Pero el seguía con su insistencia: siempre encerrado en tu casa o la oficina. ¿Podes dejar de ser un misántropo y huir con tu amigo en búsqueda de un café? Y partí sin pensar como podía llegar el fin (¿cuando empezó todo esto que ahora va terminar con mi asesinato?).
¡Hay basta de creer en las tibias palabras de esa vieja!, a mi vida le falta mucho por recorrer. Aunque si lo medito mejor: sólo resta una semana. Y no se… tendría que estar listo: escoger mi muerte, elegir la forma en que la deseo llevarla adelante. Fin a las estupideces que estoy mencionando: de aquí en adelante disfruto y que sea ella quién se me presente.
Mejor aun, voy a realizar una lista con todas las cosas que deseo cumplir, día por día, hasta llegar al próximo viernes en donde Dios (aunque no creo en esas cosas) sabrá que pasará.
Lunes: Voy a salir a correr por el parque a la mañana hace mucho que no asisto. Llegaré tarde a la oficina. Y lo mejor de todo: cantaré en el medio de la calle mi tema predilecto(She loves you ya ya).
Martes: Cenaré con Victoria (la esposa del jefe). Ya no me importa lo que digan. Luego fundaremos nuestros cuerpos en uno, una vez más. Pero claro ésta será la última.
Miércoles: Invitaré a Daniel a emborracharse en casa. Y si resulta: a salir de putas por ahí.
Jueves: No asistiré al trabajo. Me importa poco lo que diga Don Manuel. Que me eche.
¿Y el viernes?, bueno. Veremos.
Todo lo cumplí al pie de la letra: el sexo más el alcohol fusionaron de maravillas. Sólo me restaba esperar por el maldito viernes. El día llego. Me levanté y me quede en la cama esperando que aquello mencionado por la sucia anciana se haga efectivo.
Aturdido entre las sábanas escuche resonar mi teléfono. Alguien del otro lado del maldito tubo lloraba. Era Carla, la hermana de Daniel. Que me llamaba para decirme que se había encontrado al regresar muerto a Daniel.
Ante tamañas palabras sólo pude dar mis condolencias y decirle que pronto estaría allí con ella.
Colgué el teléfono. Me senté en mi cama. Medite mis primeras horas sin Daniel y pensé sólo unos segundos: ¡esta vieja estúpida la pifió!

1 comentario:

Acuarius dijo...

un saludo lleno de luz :)